Domingo de Resurrección

Macbeth dice que “La vida no es más que una sombra que pasa, deteriorado histrión que se oscurece y se impacienta el tiempo que le toca estar en el tablado y de quien luego nada se sabe”. La opinión de Schiller era que deberíamos temblar ante el lento y silencioso poder del tiempo. Bozzo dijo que “Las mujeres dan a luz a caballo de una tumba, el día resplandece un instante y en seguida vuelve la noche”. Celan nos dice que “la vida ocurre entre dos noches mientras se lleva lo vivo al siempre”.

El tiempo es el quicio de nuestra historia. Unas veces corre, otras zanganea, de a tanto se para y a veces desaparece en un instante eterno. Cuando nacemos el tiempo no existe, vivimos en momentos, en el aquí y ahora. El bebé es la urgencia del alimento, del abrazo, del descanso en el ahora. Crecer es tomar conciencia del tiempo. La adolescencia es un no tiempo, un maremoto de vida con una aceleración casi mecánica de las rutinas vitales que cambian a cada instante. La adolescencia se vive sin anudar tiempo, en un miedo confuso sin palabras, con la incertidumbre de lo que vendrá mañana. El tiempo no se ha hilado en historia todavía.

La edad adulta inicial nos transforma en magos del tiempo futuro, dejamos los momentos atrás y empezamos a asir momentos en tiempo, huyendo del presente corriendo al futuro. Escapamos del ahora, del hoy en búsqueda de mañana. Un futuro que queremos controlar desde el hoy, con nuestra inteligencia pretendiendo regir la realidad. Pero este es un tiempo incompleto, es una etapa de inercia hacia lo próximo, un cabalgar en el que el tiempo se confunde con la vida misma. Según Heidegger es lo que somos, nuestro ser es mera presencia en el tiempo. Es en la vejez que se llega a entender el tiempo desde la esperanza. En la esperanza el tiempo es rescatado de su dispersión, enhebrado en antes, ahora y después. Los sucesos se integran en una visión coherente y con sentido. Una historia sin esperanza es absurda, inenarrable. La esperanza convierte el tiempo en tránsito con destino. Pero no en un destino predeterminado, la libertad nos rescata de un destino fatal, previsto, ajeno, ya dado. Es en la esperanza cuando comprendemos que nada nos pertenece, que todo es préstamo, ella nos rescata de una vida errabunda, inconexa. Es entonces cuando el sentir y entender en simbiosis encuentran el camino hacia el destino que queda más allá de la espuma del tiempo.

La esperanza nos lleva al encuentro del ser, nos permite caminar a través de nuestro propio tumulto interior en busca de ese sentido individual más allá de nosotros mismos. La esperanza nos da continuidad en la vida y en la historia. Vivimos cuando damos, cuando transmitimos y preservamos esa continuidad a través de la esperanza.

Hoy es Domingo de Pascua ¡

Referencias

Esperando a Godot by Samuel Beckett, 1953

De umbral en umbral by Paul Celan, 1955

Ser y tiempo by M Heidegger, 1927

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