Gorrín

Gorrín es el nombre local para el cerdo menor de cuatro meses. En el resto de España se le suele llamar cochinillo o lechón, porque se ha alimentado solo de leche.

La costumbre de mi abuelo materno era festejar cumpleaños y otras celebraciones (como pentecostés, o las fiestas patronales) con gorrín. Y para nosotros era uno de esos días grandes que ocurren de ciento a viento, y del que disfrutábamos cada minuto.

Eran domingos de primavera tardía o pleno verano. El día comenzaba con un desayuno rápido, pues había que prepararse (ropa de domingo) para llegar a misa en el pueblo de mis abuelos maternos. Al llegar íbamos al primer banco de la iglesia en el lado izquierdo. Este era el banco de mi abuelo, y por delegación nuestro puesto en misa. Era una de esas leyes no escritas, pero ineludiblemente respetadas. La iglesia era pequeña, fría y el coro era parco en cantantes, pero en esos días la luz entraba furiosa por los ventanales elevados. Era una luz que descubría el retablo, algo tosco y con unos cuantos cuadros que jamás llamaron nuestra atención. La iglesia estaba dedicada a San Andrés, lo cual nos interesaba bien poco. Al acabar el oficio nos encontrábamos con tíos y primos. Después de misa las preparaciones comenzaban. Mi abuela, mi madre y mis tías comenzaban a preparar bandejas de croquetas, los espárragos, el jamón, el chorizo y la lechuga.

La verdadera aventura era que el abuelo Martin te llevara a recoger el gorrín a Riezu. Riezu era el pueblo situado al pie del nacedero del rio Ubagua y adquiría un aspecto mítico por varias razones. Este pueblo tenía varias casas de aspecto palaciego, había una piscifactoría, ¡un nacedero y … asaban el gorrín!

La carretera cruza el pueblo de sur a norte, buscando la ladera que lleva a Iturgoyen (el siguiente pueblo). El nacedero estaba a unos 20 minutos de paseo del pueblo. Se seguía un camino serpenteante que dejaba el riachuelo a la izquierda hasta llegar a una oquedad de la que salía agua con una espontaneidad natural, sin aspavientos. El agua lleva aflorando a la superficie allí toda la vida, sin descanso, sin demora y sin artificio, el lugar transmite un aire de permanencia sencilla y predecible.

Los domingos de gorrín lo interesante estaba en el horno donde este era asado. El abuelo Martín, Martín Vidaurre de Arizaleta era su tarjeta de presentación, cogía la furgoneta (un Renault 4 blanco de los que tenían el freno de mano por palanca en el lado izquierdo del volante) y corríamos veloces por la carretera abajo de Arizaleta a Riezu. El lugar donde se asaba el gorrín era la pequeña fábrica “Pastas Manchingo” y mi abuelo siempre añadía 2 bolsas de rosquillas que estaban muy ricas. Al llegar accedíamos al obrador donde estaba el horno. La ceremonia comenzaba con el saludo al panadero y seguía con la apertura de la pequeña ventana del horno a través de la cual se veían todos los gorrines en círculo en proceso de ser asados. Si el nuestro estaba a punto, se sacaba del horno en la bandeja metálica rectangular en la que se había asado con sus jugos. Como las asas de la bandeja quemaban, se liaban unas asas de papel con tiras de los sacos de pienso Sanders. Llevábamos la bandeja hasta la parte trasera de la furgoneta, y con el gorrín y las pastas… enfilábamos la carretera para llegar en un pispás a casa. ¡Para cuando llegaba el Gorrín, la lechuga y los entremeses tenían que estar comidos porque si no las cortezas se pasaban!

El abuelo solía poner la bandeja en medio de la mesa, que en aquella época se antojaba inmensa y atareada. Se empezaba el reparto de las cortezas primero y la carne después. Seguían unas horas de conversación, discusión acalorada y risas que acababan en postre, café, Soberano y Faria para ellos. Recuerdo que mas tarde mi tía Puy comenzó a fumar puros, lo cual era una transgresión aceptada pues vivir en Madrid da cierto aire cosmopolita y posmoderno en el pueblo.

Mi hermana pequeña sigue buscando ese gorrín del abuelo…