Esperando una mano

Es una de esas tardes eternas de junio, ha sido un día de cerezas cogidas del árbol, algunas con picos de gorrión en la memoria. Es curioso el recogimiento que produce la luz de la tarde en Junio, nada que ver con la luz blanca aterradora de Saramago. Son días largos de tardes lentas… cuando las horas esperan algo bueno. Lo bueno es un sentimiento reconocible pero imposible de definir. De momento pongo a macerar un lomo de merluza con salsa de soja, aceite y limón. Mañana estará cojonuda, la haré en la barbacoa sobre una base de madera de cedro. Ah… tengo que comprar algo de cava, estos días de verano apetece un negroni con cava.

Y en eso ando, cocinando y bebiendo mientras miro al mundo con sorpresa. Hemos perdido el sentido de la tragedia. ¡Qué importante es el sentido de la tragedia! Mi profesor de filosofía de bachiller hablaría de contingencia, el profesor Vera era un gran profesor, preciso en las palabras porque era riguroso en su lógica. Hablar bien nos obliga a pensar bien. Los grandes políticos han sido grandes escritores, desde Marco Aurelio hasta Churchill o De Gaulle.

Contingencia o tragedia ¿quizá hemos perdido ambas? Me voy al María Moliner a ver que dice la que ordenó las palabras de nuestro pensamiento. Contingencia es una eventualidad, una posibilidad, algo no seguro; tragedia es un asunto serio con desenlace funesto en la que se plantea un conflicto humano insoluble.

Hace un par de generaciones nuestros abuelos lucharon una guerra cruenta en su propio país, mientras el mundo estuvo a punto de desaparecer en una guerra global. De esas ascuas vinieron nuestros fuegos. Tras las guerras se inventaron la minifalda, la tarjeta de crédito y el fin de semana, todos grandes inventos, incluida la minifalda que encontró su grandeza en el resumen. Las generaciones siguientes, nuestros padres y nosotros con ellos, aprendimos que la paz no es un estado natural, que tener pan, traje y lecho no es el estado normal de las cosas. Y a través de la tragedia comprendimos la contingencia de la vida humana, su inseguridad, su fragilidad. Fuimos capaces de disfrutar del esquí, la playa, las copas, los viajes y el segundo coche, pero jamás perdimos esa sensación de contingencia. ¡Somos la generación que vive una feliz inseguridad!

Y aquí estamos, con estos millennials que, como otros a lo largo de la historia, han olvidado el ángulo bifronte de la naturaleza humana. Ese enero en honor a Jano, el Dios de la transición, de las dos caras, de las puertas que se abren y cierran. Creen que su vida es la vida, creen que lo que Weber llamaba (Gesinnungsethik) la “ética de la convicción” es suficiente. Y como querer algo con mucho afán hace que los reyes te lo traigan, cuelgan fotos y pronunciamientos que caben en pocas letras, caben en letras porque no llenan palabras, no llenan palabras porque no llegan a ideas.

Y nuestro silencio junto con el silencio de otros nos ha traído estos tiempos peligrosos. Estos tiempos de propaganda, de no llamar a las cosas por su nombre, de un relativismo moral en el que la ética es dictada desde poderes ajenos y el individuo es vaciado de su libertad que es el cuajo de su cualidad moral, no hay libertad no hay bien ni mal, no hay moral. La dictadura de lo políticamente correcto es eso.

Es terrible que carezcamos de un faro moral, la iglesia debería implosionar y reconstruirse desde abajo, ellos también se han olvidado de la tragedia. Han estado predicando, no viviendo, la palabra desde un balcón, protegiendo a unos pocos abyectos intramuros.

Esta generación que recibió trofeos por participar… no sabe nada de contingencia. Creen que gritar mucho, postear mucho en Instagram es …lo que sea, pero mucho. Todavía no se han dado cuenta de que están al mando de sus propias vidas. Son esa generación a la que al llevar al colegio la hemos dejado a una manzana porque no quieren que sus amigos nos vean con ellos, y todavía se bajan una manzanita antes. Hacerse mayor es tomar las riendas de nuestra propia vida, pero eso son palabras del Moliner y los filósofos. Nosotros nos hicimos mayores el día que cogimos al papa y a la mama de la mano de nuevo, y salimos a pasear con ellos. Me preparo otro Negroni con cava…

One thought on “Esperando una mano”

  1. Siempre un gusto leer tus escritos. Despues de leerlo apetece tomarse un negroni con cava, si no fuera porque es la hora del desayuno.
    Miguel

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