A San Fermín venimos

Esporádicamente cuento mis experiencias con caballos en mi infancia, para darme un patina leve y fugaz de sofisticación. He descubierto que cuando uno habla de algo que ignora absolutamente debe hacerlo con rotundidad y velocidad igualmente absoluta, no hay preguntas y si acaso apenas asoma algún pequeño comentario de admiración.

En realidad, los caballos de mi infancia eran potocas. Caballos de tiro, con patas recias y crines largas. En invierno estaban en casa, y los sacábamos a pasear a una era cercana, pero al final de la primavera se soltaban en la sierra de Urbasa y pastaban libremente hasta octubre, cuando se volvían a casa. La yeguada tenía una líder, la “chata”, una yegua negra alta y serena, luego estaba la “villareala” una yegua de manto colorado requemado bastante zascandil que alguna vez me dio un pisotón, del resto no recuerdo sus nombres. Cuando una yegua traía potrillo era todo un acontecimiento pues mi abuelo Martín, a modo de rito iniciático, se acercaba al potrillo y con sus dos brazos sobre el lomo lo inmovilizaba para que nos subiéramos uno a uno unos pocos segundos mientras la yegua relinchaba con enfado de madre.     

Ahora mismo son las cinco de la mañana y ya clarea. Mi abuelo toca el claxon del Seat 1500, uno de esos coches que anuncian su llegada en Diesel sonoro. Es el comienzo del verano, las clases ya han acabado y es hora de ir a Urbasa a ver las yeguas. Esta es una tradición de mi abuelo, llevar al menos un nieto a ver las yeguas al comienzo del verano. Para mi es un día especial, mi abuelo es un contador de historias, comeremos bien, caminaremos mas y hablaremos con todo el mundo. Primero vamos a Estella, paramos en la carnicería para recoger las costillas de cordero que el amigo carnicero ha preparado, de allí directos a la sierra por el puerto que deja el nacedero del Urederra a la derecha mientas se sube poco a poco hasta el balcón de Pilatos. Cuando llegamos a la sierra vamos en general al Otsaportillo y a la balsa de Bardoiza. Es un día de caminos al ritmo marcado por el palo recto de avellano, de cruzarse con los guardas y hablar de animales, agua en las balsas y cotilleos en general. A veces se avistan nuestras yeguas otras veces no, pero da igual porque siempre te encuentras alguien que las ha visto, y tu también cuentas las que has visto. Cada cual tiene su marca, y en general se conocen casi todos. Es bueno saber si alguna yegua cojea o se ha partido una pata, Urbasa es una zona kárstica con infinidad de simas, cavernas e irregularidades.

Y en esto llega la hora de comer, nos sentamos a hacer un fuego, asamos las costillas, bebemos el vino que llevamos en la bota (“no se lo digas a la mama, que el abuelo te ha dado vino”) y a seguir caminando. Cuando la tarde se adentra y el día empieza a dejar atrás su hora nona, es tiempo de regresar. La vuelta la hacemos con las ventanas del coche bajadas, la luz templada y el aire caliente de la tarde de verano es un bálsamo en la cara. Bajamos el puerto y llegamos a casa. Breve relato de lo que aconteció en el día, con una merienda tardía.  Y a preparar el 7 de Julio, día de la feria de ganado de San Fermín. Ese día los valencianos vienen a comprar estos caballos toscos y fuertes para trabajar sus huertas de levante. Los tratos se cierran con un apretón de manos, aquí uno vale lo que vale su palabra, no hay abogados con contratos y cláusulas. Y ese es el San Fermín que recuerdo y celebraremos el año que viene… si Dios quiere.      

4 thoughts on “A San Fermín venimos”

  1. Muy ilustrativo para entender la querencia del autor por los finos caldos

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