El camino

Nos pasamos la vida buscándonos. Leguineche dijo que “el camino más corto para encontrarse uno a sí mismo da la vuelta al mundo”. Y eso es la vida, un viaje.

Cuando somos jóvenes nos construimos desde fuera, copiando lo que vemos, una cosa de aquí otra de allá. Hacerse viejo es maravilloso, es tener tiempo y tino para construir desde dentro. Cuando uno empieza a vivir su propia vida es cuando se despoja de lo añadido, de lo externo. Hacerse viejo es dejar que el cincel quite al mármol lo que le sobra.

Vivir es rodar como un canto con pegamento y adquirir lo que creemos ser, para llegar más adelante y deshacernos de todo lo que hemos adquirido y moldearnos con los restos, lo que queda, lo que somos.

Llegar a nuestra identidad es deshacerse de todo lo ajeno a nosotros. No somos nuestra cartera, nuestra profesión o un eslabón de información genética entre generaciones. Nuestra identidad se justifica en sí misma, por eso hay que agotar el mundo para llegar a ella, estaba aquí.

Un gran amigo, uno de esos amigos fundacionales, cuya madre había fallecido hace unos años ha perdido a su padre recientemente. Me produjo media sonrisa cuando decía que iba a seguir volviendo a su pueblo. Los emigrantes nos construimos una identidad de pasado para ir hacia adelante. Creamos un lugar en nuestro corazón con todos los recuerdos de nuestro hogar, y eso es lo que nos permite abandonarlo. Cuando los bastiones de ese lugar desaparecen nos sentimos huérfanos, emigrantes, solos. Nos gusta volver, a esa idea de calor, de familiaridad. Ser nadie y empezar cada día es un huracán de libertad, pero … se hace canso a ratos. A veces echamos de menos ser Ana, Judith, Diego, Conchi… el hijo de…la hija de… el nieto de… Tener un lugar, un taburete que es nuestro, por el que no tenemos que pelear. Es una sensación de paz y orden en el mundo en el que “ser” es suficiente para “estar”.

Sin embargo, solo llegamos a nosotros cuando construimos nuestro taburete. Don Juan de Labraz empieza a vivir su vida cuando quema lo que le aprisiona y se lanza al camino. Rachel, en Blade Runner, se hace humana cuando descubre que sus memorias han sido puestas ahí, no son suyas; esas lágrimas la convierten a la especie humana porque es entonces cuando empieza a construirse desde dentro. Abandona las identidades puestas y empieza la suya.

Yo siempre digo que uno es de donde pasa las Navidades, pero no es más que una variante del cuento que todos los emigrantes nos contamos. Por eso construimos casas, compramos coches y mandamos fotos… no es arrogancia. Es pedir perdón por abandonar un pasado que llevamos a cuestas mientras nos buscamos. De alguna manera emigrar es postergar ese mirarse dentro, uno está ocupado sobreviviendo en un mundo nuevo, no hay tiempo para reinventarse.  

Referencias

El camino más corto de Manuel Leguineche (1978)

El mayorazgo de Labraz de Pio Baroja

Blade Runner (1982)

Enamorado del mundo: El viaje de un monje a través de los bardos de la vida y de la muerte de Yongey Mingyur Rimpoché (2019)