El verano camina, mañana es la virgen de agosto. La cosecha hace semanas que esta a buen recaudo en el granero. El amarillo está ya quemado por el golpeteo irredento de este sol que no se acaba. Esperamos esas lluvias de agosto que anticipan el otoño y rescatan las moras que comeremos antes de empezar el colegio. Las noches se dilatan mientras el cierzo sopla suave, se respira.
En la radio, ahora se llama Spotify, suena el “I still have not found what I am looking for”. Eso me lleva a pensar, en esta fase decadente del verano, que en realidad todo es lo mismo y todo ocurre de nuevo por primera vez.
La vida es búsqueda, y ese camino es único para cada uno de nosotros, con frecuencia quienes nos han precedido en el camino cuentan sus azares. Esas historias, aunque interesantes, son tan cercanas a nosotros como una foto a lo fotografiado.
En estos tiempos, iguales a otros en realidad, donde nos sentimos a punto de dominar la naturaleza el hombre busca. Últimamente, las respuestas a esa búsqueda son cada vez mas vacías. Desde el psicoanálisis ególatra que nos centra en nuestra nada; a la supuesta bondad de la acción social dentro de la filosofía política progre o en la búsqueda de una Arcadia que nunca existió o en religiones que no se consideran malas porque son lejanas e ignoramos sus acciones temporales.
Nadie habla en corto y con claridad de que somos fundamentalmente seres espirituales. No en el sentido Platónico, nuestro cuerpo y alma no son enemigos incompatibles. Nuestro cuerpo no es una rémora, lamentablemente en ese aspecto la doctrina de la Iglesia ha seguido a Platón más que a Jesús. En la tradición Cristiana Dios se hizo hombre y asumió su condición humana, una condición carnal. Tras siglos de rechazo al cuerpo, y por consiguiente de no aceptar nuestra condición humana como tal, estamos ahora en un mundo de placeres corporales (drogas, anorexia, obesidad, bulimia) o de obsesión con el cuerpo (gimnasio, cirugía plástica).
Pero somos seres espirituales, como dice San Juan de la Cruz, “mi alma esta desasida, de toda cosa criada”. En esta postmodernidad… en realidad en este “ahora” el mundo se considera contingente, arbitrario, indeterminado y eso lleva al escepticismo sobre la objetividad de la verdad, sobre las normas, la coherencia del individuo y el hecho de que la naturaleza de las cosas está dada.
Se ha vaciado la vida de tradición y de ritos, todo es un comienzo desde el principio, un comienzo sin premisas, como corresponde a una duda escéptica. Es un camino circular sin principio ni fin.
Debo volver a verdades básicas y primigenias… que soy cuerpo y soy alma, que lo absoluto es inefable, que el lenguaje se queda corto “todo lo que puede decirse es nada”, que la belleza es un instante encendido que dura una eternidad y por eso lo cambia todo.
Y me voy a dormir.