Vallejo-Nágera dijo que la unción de los enfermos le dio mucha alegría. También dijo que se consideraba un privilegiado por tener tiempo para decir adiós a sus amigos, familia y a la vida en general. La definición aristotélica del tiempo es relativa al cambio según el antes y el después. El concepto del tiempo solo se nos hace patente en los cambios, en la tragedia. La vida es tiempo en fuga, la vida es tragedia en espera.
Alejandro bautizó la habitación donde tiene sus cuadros preferidos como la habitación de la belleza. Allí atesora esos cuadros que le gustan y que hemos enmarcado de uno en uno. Insistió en tener un cuadro de Goya, “Saturno devorando a sus hijos”. Al principio me resistí, pero empecé a indagar un poco y comprendí que el cuadro no es la sangre ni la brutalidad de la imagen sino la fuerza de la vida. Saturno, Dios del tiempo, luchando contra lo imposible, que contradicción más maravillosa.
La vida se impone en su devenir imparable, esa vida que son muchas en una. Ahora nos toca apacentar los que han venido mientras acompañamos a los que se van. Muchas veces se habla de que para vivir de esta u otra manera es mejor morir. Se habla de la dignidad de la vida en los bordes con ligereza. Yo empiezo a pensar que la vida en los bordes habla del que cuida esa vida. Quizá es nuestra hora de querer diferente, de querer más…poniendo un poco de Betadine en esa escara de presión que no mejora, cogiendo con cuidado ese brazo que apenas sostiene un musculo en recuerdo. Es hora de devolver ese beso de buenas noches cuando ya duermes y susurrar “te quiero”… igual ahora que antes, igual que siempre.
Quizá sea tiempo de celebrar cada momento, no como “momenticos” singulares separados en su unidad inane. Hay que hilvanar esos momentos en su devenir hacia el adiós, solo en él recobran su sentido. Recuerdo que cuando desperté en la UCI hace muchos años debido a un acontecimiento súbito, lo que más me molesto es esa sensación que teníamos en el bachiller cuando hacían un control sorpresa “no avisó”. Lo que ocurrió es que no tenía aceite en mi lámpara.
Es hora de celebrar la vida, es hora de ver como ese adolescente en ciernes empieza a volar y se va a Inglaterra a aprender inglés, como esa niña que juega al baloncesto aprende a perder con lágrimas y rabia. Es hora de contar como montábamos el potro recién nacido que el abuelo sujetaba para nosotros, de cómo desgranábamos las mazorcas en Bacaicoa. Es hora de contar los viajes a la costa brava con Julio Iglesias derramando el “Cucurrucucu paloma”.
En realidad es ese momento maravilloso donde la certidumbre del recuerdo se mezcla con lo desconocido del futuro en este ahora pleno de pasado y esperanza.