Acción de gracias

Una de las fiestas que más me gusta es el día de acción de gracias. Para mí es como el día de nochebuena, un día entrañable. El primer año en USA, yo era estudiante eterno todavía, tenía una compañera de clase parte de mi grupo de trabajo en varias asignaturas. Me preguntó si tenía planes para el día de Acción de Gracias, le contesté que no tenía ningún plan más allá de descansar un fin de semana largo antes de los exámenes y trabajos previos a Navidad. Sin dudarlo un segundo me dijo, mi novio te recogerá el jueves hacia las 4 de la tarde. Su novio, un chaval muy agradable que en ese momento estaba en el ejército en el Army Ranger School (el equivalente a la brigada paracaidista en el ejército español), pasó a recogerme a la hora señalada. Me llevó desde Baltimore a los suburbios de Washington, una hora de coche. Los padres de mi compañera eran exiliados que habían huido de Hungría en 1956 cuando Rusia invadió su país. Hacía varias décadas que trabajaban en el banco mundial en Washington, DC. La cena fue deliciosa, llevé un rioja para mejorar mi escasa conversación, y he de decir que realmente me sentí acogido como si fuera nochebuena. Al terminar la cena me devolvieron a mi casa y la vida siguió.

Con el tiempo he entendido cómo nos une Acción de Gracias a todos en este país. Y por eso voy a dar gracias hoy. He aprendido que se pueden mirar las cosas desde la abundancia ó la escasez, y siempre es mejor adoptar una visión optimista, prometedora de cualquier cosa que hagamos, con los pies en el suelo, pero siempre generosa. Hoy quiero dar las gracias desde ese espíritu de la abundancia.

La familia lo hace diferente a uno, en realidad es una bendición costosa que nadie cambiaría. Familia es futuro, lo que viene, lo que está por definir. Doy gracias por el futuro de mi familia, donde quiera que este nos lleve.

Cuando vuelvo la vista atrás quiero dar las gracias por los libros del papá, por sus menciones de Machado antes de que Alfonso Guerra lo descubriera, por la libertad para explorar, leer y pensar. Por enseñarme que hay un mundo ahí fuera, por enseñarme a cortar leña y por enseñarme a defender mis ideas cuando el público no las corea. Por tener la mente abierta y por obsequiarme silencios para dejarme hacer y descubrir mi propio camino. Por aceptar las consecuencias del ejercicio de esa libertad sin queja. Es cierto papá, ser libre cuesta, lo sabes bien.

Gracias a la mamá por ese espíritu guerrero y de trabajo. La mamá sin saberlo encarna el espíritu del imperativo categórico de Kant, las cosas se hacen porque es lo correcto no importa el esfuerzo que se necesite para ello. Para ella hay un guión muy claro de lo que está bien, y eso no tiene disputa, ¡se hace! En esta época de tanta desfachatez y vidriosidad moral es bueno recordarlo.  

Mi hermana mayor es más joven que yo, pero ya es la referencia de esta nueva etapa familiar. Gracias a ella descubrí lo que es la valentía cuando salir de casa daba pereza. Se fue a Francia luego a Barcelona y siempre ha tomado el toro por los cuernos en cualquier desafío que la vida le ha planteado. En mis primeros meses en Barcelona, aquellas tortillas de patata que cocinaba eran era un remanso de casa entre guardia y guardia.  Además, hace una Tarte Tatin que se va del mundo.

Mi hermano es callado, hace las cosas sin alharacas, pero es de querencias continuadas. Su idea de belleza es una disciplina de líneas limpias con sencillez pensada. ¡Esa paciencia para llegar y no conformarse con lo mediano es una lección que me ha venido muy bien! Que bien lo hemos pasado cortando leña para casa, con pocas palabras y hachas llenas de hoscas. Mi hermano no da abrazos, hace una tortilla de patata o una paella cojonuda y saca su mejor vino. Cada uno dice te quiero a su manera.

Mi hermana pequeña, que será siempre mi hermana pequeña, es puro fuego. ¡Quema y calienta! Durante la carrera una de las cosas más divertidas que hacíamos era ir a cine en la sesión de las 3 de la tarde del sábado, al cine Avenida o al Carlos III… eran otros tiempos. ¡Recuerdo haber visto Willow con ella! Vuelvo a oír los aplausos del público cuando el héroe y la princesa se daban un beso al final de la película. Fue un placer ver en primera fila la alegría de quien descubre historias maravillosas por primera vez. Judith, tenemos que volver al cine!

He tenido la suerte de cara, tengo pocos amigos, pero son de los buenos. Como esos trajes que uno tiene en el fondo del armario, para bodas, bautizos, comuniones y funerales; mis amigos han estado ahí desde siempre en todas las ocasiones, las luminosas y las otras. La amistad yo creo se mide por ese silencio que lo dice todo, aunque haga muchos meses que no hayamos hablado. He sido muy afortunado. Me han abierto las puertas de sus casas, me han dado de cenar un día entre semana, han compartido sus familias, sus altos, sus bajos y me han escuchad. A veces para decirme que me deje de bobadas, que era lo que me hacía falta en ese momento.

He tenido maestros maravillosos en cada lugar en el que he ido a aprender. Me han enseñado a preguntar, a buscar, me han dejado errar y me han permitido rehacer. Me han enseñado que buscar es sobre todo un ejercicio de honestidad y que la búsqueda debe continuar.

He conocido gente muy buena por el camino, algunos de los cuales cuento ahora entre mis amigos. De ellos he aprendido, como decía el maestro Ortega a “parar, templar y mandar”, me han ensenado a sonreír, a no tomarme tan en serio, a caerme y levantarme. Han compartido conmigo lo que son, lo que saben, lo que tienen, ¡no se puede pedir más! Me han aceptado como soy.

El que se va siempre piensa en lo que deja, doy gracias también por ese grupo de gente y amigos que son la referencia de los comienzos. Con ellos empecé a vivir, y aunque cada uno ha tomado su camino, los primeros pasos siempre se recuerdan con cariño.

Quiero agradecer a todos esos escritores que dejaron lo mejor de sí en esas páginas, porque al hablar del hombre y del mundo me estaban hablando a mí. ¡Gracias!

Y doy gracias por vivir en un abrazo y un silencio.