sin título

La muerte viene cuando se apaga el último recuerdo de aquellos que nos quieren. Amar es recordar, es un bucle, es un encierro, es un mundo dentro en un no-tiempo.

Martin Seligman dice que el mundo actual lo habita el Homo Prospectus. Un ser que jamás está aquí y ahora. Un ser en fuga, en la espuma del tiempo, demarrando del grupo en busca del futuro. Su premisa es el continuo cambio hacia una nebulosa perfección que apenas puede definir. ¡Oh, premisa errada! Me acurruco en el tiempo de reloj, en la feliz agonía de la entropía, en el camino del desorden.

El hombre es una contradicción de carne y tiempo que se cruzan como enemigos. Vivimos el mismo viejo desafío que se renueva en cada uno de nosotros, en nuestro yo, en nuestro ahora.

Mientras vuelvo de Pamplona a Madrid, tras aventar arenas y recuerdos, suenan en la radio los Celtas Cortos con su “20 de abril” …” Yo, la verdad, como siempre; Sigo currando en lo mismo; La música no me cansa; Pero me encuentro vacío”. Y pienso en Dante, canto Tercero de la Divina Comedia “Maestro, ¿qué es esto que oigo y quiénes son estas gentes vencidas por el dolor? – He aquí-me replicó- la suerte miserable que les esta reservada a aquellos que vivieron sin cometer pecados, pero sin hacer méritos…No dejaron recuerdo alguno de su vida, la misericordia y la justicia los desdeñan”.

Pasando por Valverde me dan ganas de parar y escapar. Mecano me cuenta “Dices que siempre estas viajando; Pero me estas engañando; Yo sé que tu estas solo; Y que no sales de tu cuarto; Déjalo ya; Sabes que nunca has ido A Venus en un barco; Quieres flotar; Pero lo único que haces; Es hundirte “. Y entonces recuerdo el dulce loto del Canto IX de La Odisea ” …juntáronse con los lotófagos, que no tramaron ciertamente la perdición de nuestros amigos; pero les dieron a comer loto, y cuantos probaban el fruto del mismo, dulce como la miel, ya no querían llevar noticias ni volverse; antes deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de tornar a la patria.”

Camino de Soria me invaden emociones primeras y tiernas con Cómplices” Es por ti que veo ríos; Donde solo hay asfalto; Es por ti que hay océanos; Donde solo había charcos; Es por ti que soy un duende; Cómplice del viento; Que se escapa de madrugada; Para colarse por tu ventana “. Y es en esa ventana donde Romeo dice (Acto II Escena II) “¡El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una lámpara! ¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial unos rayos tan claros a través de la región etérea, que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!… ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano para poder tocar esa mejilla!”

Hoy el camino parece largo. En Medinaceli Saint-Exupery me recuerda en La ciudadela “No confundas el amor con el delirio de posesión, que causa los peores sufrimientos. Porque, al contrario de lo que suele pensarse, el amor no hace sufrir. Lo que hace sufrir es el instinto de la propiedad, que es lo contrario del amor” Pero Julio, mi querido Julio, me recuerda que “lo mejor de tu vida me lo he llevado yo, lo mejor de tu vida lo he disfrutado yo, tu experiencia primera el despertar de tu carne, tu inocencia salvaje me lo he bebido yo,  Fuiste mía solo mía mía mía”

El día va adelante y ya estoy en esa luz de a medias mientras paso por Alcuneza. Antonio Vega me columpia en su estanque quieto Esperando Nada “Me quede sentado esperando la llegada; de la suerte no podía tardar; Y paso tanto tiempo que llegue; a ver sombras en color. Y paso tanta gente por delante; que nadie me vio.” Pero Shakespeare me rescata y Julio Cesar me cuenta que “Los cobardes agonizan muchas veces antes de morir… Los valientes ni se enteran de su muerte.”

Tras este rescate y con Guadalajara en lontananza Marc Anthony me canta “Voy a vivir el momento; Para entender el destino; Voy a escuchar el silencio; Para encontrar el camino” y con una sonrisa en mi cara recuerdo a San Juan de la Cruz diciendo” En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía; ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía; sino la que en el corazón ardía. Aquesta me guiaba, más cierto que la luz de mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.”

Ya llego a Madrid, en este camino de talones, espaldas, recuerdos, memorias y fábulas. Y quiero leer y recitar y cantar y no acabar    

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,

más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.”