Byung-Chul Han, ese comentarista certero de nuestro marasmo civilizacional actual, tiene una caterva de libros que analizan nuestra sociedad desde muchos de los distintos elementos que la componen. Desde La sociedad del cansancio, La crisis de la narración, La sociedad paliativa (en la que describe la aversión al dolor), el espíritu del tiempo (donde analiza la ausencia de la continuidad del tiempo y su despedazamiento en “momenticos” inicuos), La expulsión de lo distinto, La agonía del eros, Psicopolítica, La desaparición de los rituales y mucho otros. Lamentablemente Byung-Chul ignora los elementos fundamentales de la civilización judeocristiana, a saber: la individualidad, el valor intrínseco de esa unidad inefable del ser en sí mismo, y la trascendencia o dimensión espiritual del hombre como raíz de las premisas anteriores. Llama la atención este pasar por alto lo fundamental de una civilización que ha elegido libremente, al parecer el paradigma de su civilización primigenia no fue suficiente para él. No todas las civilizaciones son iguales, aunque esta verdad simple constituye todo un grito revolucionario hoy en día. Byung-Chul en ese recorrido por todo lo malo de nuestro hoy, como ese tinto de vinatería barata con olor a odre viejo, utiliza únicamente la perspectiva de Hegel con unos toques de Heidegger, y algo de Nietzsche. Es sorprendente que incluso para alguien con un repertorio básicamente mecanicista y materialista su último libro habla de la Vida contemplativa. El libro es una carcajada diagnóstica con pronóstico de muerte segura. Byung-Chul diagnostica con acierto el ruido de la vida, incluso la vacación es un concepto de recuperación física para la producción ulterior, y llega a la conclusión de que hace falta silencio. Pero propone un silencio vacío, inmediato, inmanente, un puro círculo de nada. Y esa inacción, ese parón es el robo de la ilusión de la vida.
La premisa básica de Byung a lo largo de todos sus libros es que vivimos en una sociedad superficial, de acción y logros externos, en la que se ha borrado toda negatividad, se han suavizado los bordes y se han aplicado filtros a todo, el tiempo, la violencia, la sexualidad, el arte. Somos una sociedad narcisista y cada vez mostramos más de nosotros mismos, a menudo en primeros planos, mientras ignoramos al “otro”. Ese mostrarnos, esa presunta transparencia, solo es actuación y autopromoción. La vida es una presión constante por el logro, el éxito y la auto gratificación. Eso nos aísla y enferma mentalmente, desvinculándonos de la naturaleza, de la experiencia auténtica y del otro. Pero se queda ahí, no tiene ninguna solución, es un radiólogo antiguo, “usted tiene cáncer… lo he visto en la radiografía… sí, es cáncer, seguro… usted se va a morir”.
El problema de Byng-Chul es que no habla español. La ilusión es una palabra, un concepto de los que hablamos español. Cada idioma es una mirada al mundo y los que hablamos español sabemos ser, estar y además tenemos ilusión. La palabra viene del latín “illudere” cuyo sentido original es bromear, burlarse, hacer escarnio. Pero es en el Siglo XIX que la palabra cambia su sentido semántico. A final del siglo XIX con una plétora de románticos en boga el diccionario Nacional de Domínguez 1875 define la ilusión como “Objeto concebido en la fantasía, creación imaginaria, deleitable, halagadora, que haría la felicidad del individuo si se realizase, que casi siempre raya en lo imposible”. Ahí está, uno de los motores de la vida, que es una multitud de trayectorias dramáticas conducida por ilusiones como diría Julián Marías.
La ilusión reside en el tiempo, es inherente a él, del mismo modo la naturaleza del hombre hace que la vida sea un presente en fuga dentro del tiempo. Esa dimensión futuriza del hombre hace que la ilusión sea una guía en ese devenir temporal. La ilusión da forma al devenir del hombre y lo esculpe igual que las manos con la arcilla. La condición emergente y cambiante de la vida hace que el mundo se ignoto, no nos está dado. Esa es la principal diferencia entre los que miran a lo desconocido y los que buscan el demonio de Laplace como Byung-Chul. Esa relevancia del tiempo ya la definió María Zambrano cuando dijo “el tiempo es el medio natural inmediato, propio de la persona humana viviente, tanto que el tiempo puede confundirse con la vida misma”. Heidegger opinaba que la misión de la filosofía es explicar el tiempo como horizonte de la compresión del ser desde la temporalidad de su existir.
¡Ilusión y tiempo!
La ilusión es lo que no es, lo que no está, una ausencia en marcha. Las verdades siempre suelen estar ahí, a simple vista, sencillamente. En español decimos que cuando un matrimonio se divorcia es porque han perdido la ilusión. La unión de un hombre y una mujer, un matrimonio, es una coexistencia dinámica y cambiante, no estática e inerte. La ilusión por alguien es un descubrimiento continuo. El ser humano es arcano, secreto, inaccesible y en última instancia incomunicable. No te conozco, pero te intuyo y quiero caminar contigo.
Acabamos de hacer los deberes juntos y mi hijo me ha dicho: “Te gustan las matemáticas y las ciencias” con un tono de admiración no tanto por mí como por lo que hemos descubierto juntos haciendo los ejercicios. Y en ese pequeño comentario había un deje de ilusión por lo nuevo, por entender este mundo. Nada más natural y sencillo que la ilusión cuando uno se asoma al mundo.
References
Vita contemplativa by Byung-Chul Han 2024
Breve tratado de la ilusión by Julián Marías 1984
Los bienaventurados by María Zambrano 1979
Ser y Tiempo by M Heidegger 1927
Laplace’s demon by Pierre-Simon Laplace 1814